Esto Nos Pasa Por Olvidar el Derecho
Es la economía, estúpido” fue la frase que le valió a Clinton ganar la presidencia de los Estados Unidos. Pero Clinton pudo decir lo que dijo en un país cuyo problema era económico porque hacía tiempo que tenía las condiciones previas de las cuales depende la economía. Estas “condiciones previas”, ¿están resueltas en la Argentina? Si no lo están, si en ellas es inviable toda solución económica, quizás en nuestro caso habría que decir lo contrario de lo que dijo Clinton: “No es la economía, estúpido”. O, “estúpido, son las condiciones previas”.
En grandes crisis que afectaban a las “condiciones previas” y sólo a través de ellas a la economía, hubo estadistas que advirtieron el orden de las prioridades. Cuando a De Gaulle le preguntaron por la desfalleciente economía francesa en momentos en que intentaba fundar la Quinta República entre las ruinas de la Cuarta, contestó: “L´economie? Ca va…” “La economía va…” Va, naturalmente, una vez que se crean las condiciones previas.
América latina no consigue el desarrollo económico precisamente porque está obsesionada por él. Cuando uno está obsesionado por un problema, hace lo que sea para resolverlo. Pero esta disposición de un país a hacer lo que sea siembra la incertidumbre acerca de las reglas de juego que rigen su economía entre los inversores de adentro y de afuera, sin los cuales no hay desarrollo económico. ¿Hace cuánto tiempo que se tiene la impresión de que el gobierno argentino hará lo que sea -violar el derecho de propiedad, por ejemplo- para salir del pozo económico en el que nos encontramos?
Esta impresión de que “aquí puede pasar cualquier cosa”, ahuyenta los capitales. Sin faltarle el respeto, quizás habría que decirle entonces a quienquiera se ocupe de la crisis argentina que “no es la economía, estúpido, sino las condiciones previas”.
¿Pero en qué consisten las “condiciones previas”. En un pasaje de su Teoría de la justicia, John Rawls se pregunta qué debe prevalecer en una sociedad bien ordenada, la búsqueda de lo bueno ( good ) o el Derecho ( Right ). Cuando leí por primera vez este pasaje, el concepto del “bien común” aristotélico y tomista me llevó a suponer como algo obvio que Rawls diría “buscar lo bueno”. Pero escribió “el Derecho”. En una sociedad bien ordenada, el Right se antepone al good .
Parece absurdo dejar de hacer algo que se percibe como “bueno”, como conveniente, sólo porque lo prohíbe una regla. Pero esta primera impresión ignora la naturaleza de las reglas, sean ellas morales o jurídicas. ¿Cuándo adquiere una regla su plena vigencia? Cuando no conviene cumplirla. Supongamos que alguien se ha impuesto como regla despertarse a las 6 de la mañana. Cuando se despierta naturalmente diez minutos antes de las 6, esa regla resulta redundante. Ella se pone a prueba, en cambio, cuando después de una larga noche en vela el sueño lo invita a seguir descansando. Cuando es duro cumplirla.
Por eso los romanos, que inventaron el Derecho, decían Dura lex, sed lex : “Es dura, pero es la ley”. Más aún: sólo cuando es dura, es la ley. Imaginemos ahora una persona o una nación que, en lugar de seguir la tabla de valores de Rawls, adhiere a la primacía de lo bueno sobre las reglas. Hará, en cada caso, lo que más convenga. Al comportarse así vivirá, en los hechos, sin reglas. Cuando ellas convengan las cumplirá, pero no porque sean “rectas” ( Right ) sino porque son “buenas”. Cuando las perciba como inconvenientes, como “malas”, no las cumplirá.
Al proceder así, esa persona o esa nación creerá que optimiza lo que más conviene pero, al hacerlo, se volverá imprevisible. Si firma un contrato o si aprueba una ley, los violará cada vez que no convengan. De esta manera destruirá la confianza de los demás en sus promesas, en sus contratos, en sus leyes. Dejará de tener crédito, palabra que viene del latín credere, “creer”. Al final de este proceso, será una persona o una nación paria.
David Hume escribió que la frontera entre la civilización y la barbarie es un principio: Pacta sunt servanda. Podríamos traducirlo así: “Los pactos son sagrados”. Quien los viole cada vez que no convengan, es un bárbaro. A la inversa, si una persona o una nación cumple los contratos y la ley aunque no convengan, será considerada “seria”. Tendrá crédito. Después de esta demostración a veces dolorosa, hacia ella fluirán las inversiones. Si es una persona o una empresa, recibirá préstamos, ganará asociados y clientes. Si es un país, atraerá capitales e inversiones. Recibirá, finalmente, la bendición de la prosperidad.
Es que hay dos ideas del bien. Los pequeños “bienes”, con minúscula, a los que desestima Rawls, se obtienen contra las reglas. El Bien con mayúscula resulta al contrario de renunciar a los pequeños bienes cuando lo exige una regla. Olvidar las reglas por atender a los pequeños bienes con minúscula destruyen al Bien con mayúscula. Ese bien es, en definitiva, la confianza de los demás. Este es el bien que la Argentina ha perdido.
Si la sociedad bien ordenada se caracteriza, según Rawls, por poner el Derecho delante de la conveniencia, la Argentina contemporánea se ha convertido en el símbolo de la sociedad mal ordenada.
Nuestro mal profundo no es ni la crisis económica que padecemos ni el malestar social que nos ahoga.
Nuestro mal profundo es haber olvidado el Derecho. Por eso hoy tenemos por delante dos vías dolorosas. Una resultará de aceptar nuevamente que la Constitución y la ley, los pactos y la palabra, son sagrados. La otra será continuar nuestra larga rebeldía contra ellos. Un dolor promete la curación. El otro la barbarie.