El Principe Necio y el Principe Sabio
Laffer le propuso a Reagan bajar los impuestos para que subiera la recaudación. A ese enfoque se lo llamó por entonces supply-side economics, esto es, “economía de la oferta”. La idea de Laffer era que, si bajaban los impuestos, la producción (esto es, la oferta) se reactivaría. Una vez que esto ocurriera, subiría la recaudación no por alza de impuestos sino porque es mejor cobrarle el 10 por ciento a una actividad económica de 100 que cobrarle el 20 por ciento a una actividad de 40.
La propuesta de Laffer condujo a un aumento de la recaudación del 7 por ciento. El déficit aumentó pese a ello porque Reagan desplegó un inmenso gasto militar para poner de rodillas a la Unión Soviética. Una vez que los Estados Unidos ganaron la Guerra Fría en 1989, cuando empezaba la presidencia de Bush, comenzó un proceso de ajuste económico del cual se ha beneficiado ampliamente Clinton entre 1993 y el 2000. Los Estados Unidos están experimentando su octavo año de crecimiento consecutivo, prácticamente no tienen desempleo y gozan, además, no ya de “equilibrio” sino de “superávit” fiscal.
Laffer fundó su propuesta de reducir impuestos sobre una hipótesis teórica conocida como la curva de Laffer . Para representarla habría que trazar dos líneas en un papel. La primera línea, una diagonal recta y en alza, representa la tasa de impuestos, esto es, el porcentaje de los ingresos privados que el Estado quiere para sí. Esta primera línea empieza en 0 y culmina en 100. A su lado se puede trazar una segunda línea que ya no expresa la tasa o porcentaje impositivo sino lo que efectivamente recauda el Estado.
Si se arranca del 0 en la primera línea y se sube por ella, es evidente que por un tiempo también subirá la segunda línea de la recaudación. Pero, si se sigue subiendo la tasa, hay un punto, que llamaremos “X”, a partir del cual la recaudación empieza a caer y la línea que la representa empieza a curvarse hacia abajo, distanciándose de la primera línea. ¿Por qué? Porque, cuando los contribuyentes sienten que la tasa impositiva los agobia, empiezan a desertar del sistema convirtiéndose en evasores. Si, eventualmente, la tasa llegara al 100 por ciento, habría una rebelión fiscal y nadie pagaría. En tal caso, llegando la primera línea a 100, la segunda bajaría hasta 0.
Esta es “la curva de Laffer”. Cuando asesoró al presidente Reagan, el economista norteamericano sugirió que en su país el Estado había pasado el punto “X”. Como consecuencia, los capitales huían hacia otros sistemas fiscales más benignos, la actividad económica decrecía y aumentaba el desempleo. Como caía la recaudación, el déficit fiscal tendía a agravarse. El remedio a una situación de este tipo era según Laffer volver la tasa impositiva hacia atrás, en dirección de un punto situado a la izquierda de la fatídica “X”, de modo tal que el proceso inverso de menor presión impositiva, regreso de capitales, menos evasión y más actividad económica resultara posible.
La discusión técnica entre “lafferistas” y “antilafferistas” es inagotable. Pero una cosa es decidir con la calculadora si “X” ya está o todavía no está entre nosotros y otra es reconocer que el buen sentido avala la existencia de algo así como la curva de Laffer. En algún punto, la presión impositiva se vuelve insoportable. En algún punto, bajar la presión impositiva lleva a la reactivación y al aumento consiguiente de la recaudación. Lo que queda a cargo de los economistas es determinar si éste es el punto donde se halla la Argentina.
El norteamericano Laffer descubrió la “curva”. Pero que es de buen sentido no abrumar a un pueblo con impuestos lo dijo, mucho antes que él, el inglés John Locke.
Este gran pensador señaló, en su Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil escrito en 1678, que hay dos clases de príncipes. Uno de ellos, el príncipe necio, agobia a su reino con impuestos para solventar los gastos del ejército. Al fin, con sus súbditos fundidos, ni siquiera puede pagar a sus soldados. Frente a él, el príncipe sabio no abruma su pueblo con impuestos pero, una vez que el pueblo prospera gracias a ello, con sólo imponerle un leve impuesto recauda mucho más, arma un buen ejército y termina derrotando al príncipe necio.
Locke no fue un economista sino un filósofo. Pero tenía sentido común. Aun así, puede ser que la Argentina no haya entrado todavía en la zona del “príncipe necio”.